viernes, 27 de marzo de 2009

Homo detritus

Hace días que tenía ganas de escribir este comentario, pero no acababa de dar con el título adecuado. Hasta que ayer, bromeando con José María Lama sobre el asunto, dimos con la tecla: Homo detritus. El caso es que cada vez estoy más convencido de que si en algo se diferencia el hombre del animal, es en la capacidad infinita que tenemos para generar residuos. Vayamos donde vayamos, siempre hallaremos restos de la presencia humana. Ya podemos estar en el lugar más recóndito del planeta que, por una vía u otra, habrá basura inorgánica, no degradable, contaminante. En el Himalaya, en la zona en la que las expediciones montan sus campos base, se procede periódicamente a la retirada de toneladas de basura. En África, la relativamente pequeña capacidad para producir basura se combina con la casi total inexistencia de sistemas para su eliminación, generando enormes zonas de contaminación residual. Si hablamos de nuestro pequeño microcosmos casero, qué decir de la cantidad de bolsas de plástico, envases de todo tipo, botellas, cartones, briks, etc., que somos capaces de reunir en un solo día. Y si nos situamos en nuestras ciudades, sólo hace falta darse una vuelta por ellas para ver la cantidad de basura y restos de todo tipo que se acumulan dentro y fuera de los contenedores, en los descampados, en cualquier esquina, etc. Restos orgánicos, inorgánicos, utensilios rotos, restos de obras, accesorios de vehículos, mobiliario y un largo etcétera. Lo dicho, somos una inagotable fuente de generación de residuos. Y si no, que se lo pregunten al romántico Wall-E, el robot compactador de basuras, que me hizo volver de nuevo a mi reflexión viéndole en su inagotable esfuerzo por clasificar y ordenar un mundo convertido en vertedero.

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