jueves, 25 de octubre de 2007

Cargols a la llauna en Lleida para concluir otra semana viajera

El ritmo viajero en el que me he sumido en las últimas semanas parece que no termina. Tras el último comentario que me situaba en Madrid en el puente del Pilar; mis pasos me han llevado a Sevilla, por cuestiones laborales; a la Sierra de Gata, durante el pasado fin de semana; y durante toda esta semana en Lleida, la capital de la Terra Ferma, la capital agrícola catalana y sede, cada dos años, de la principal feria de servicios a las administraciones municipales de cuantas se hacen en España: Municipalia.
En compañía de Rafa de Ramón, compañero de la empresa en la sede de Madrid, nos ha tocado defender el pabellón de e-Cultura durante toda la semana.
Desde el lunes por la tarde estamos aquí y hasta mañana a primera hora de la tarde no iniciaré el camino de vuelta.
Los días han sido cansados, pues cansado es el trabajo de feria, con jornada ininterrumpida desde las 10 de la mañana hasta las 7 de la tarde, sin apenas tiempo para sentarte, gastando mucha saliva en explicar el trabajo que realizas, en qué puedes serle útil a un ayuntamiento, a una diputación, a un consejo comarcal, a una empresa, etc; dando vueltas por los pabellones viendo que proveedores tienen materiales que nos pueden servir para futuros proyectos; y todo casi sin tiempo para comer.
Por ello, esta noche, la última de estancia en Lleida, he decidido en darme un pequeño homenaje gastronómico, degustando el plato típico por excelencia: cargols a la llauna (caracoles hechos en una bandeja de lata, con ajo, perejil, algo de pan rallado y metidos al horno). Esto, acompañado por un poco de all i oli y una escalibada, ha sido un auténtico bálsamo para el cansancio mental, físico y espiritual que uno siente cuando está en una cosa de estas.
En fín, que en cualquier caso ha valido la pena, porque el trabajo realizado ha cumplido con creces las expectativas con las que venía.
Y mañana, carretera y manta para casita, que ya tengo ganas de llegar a Badajoz y de abrazar a Lourdes, mi mujer, y a Silvia, mi hija, con la que, por cierto, por primera vez no pude estar con ella el día de su cumpleaños. ¡Y bien que lo sentí!.

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